Angeles y Arcángeles
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EL ANGEL DESDE EL GENESIS HASTA BOSSUET  (1/4)
 
Cosi parlar conviene al vostro ingegno pero che solo da sensato apprende Cio che fa poscia d'intelletto degno "  
"Y vuestra mente así al hablar asigno, lo que por sus sentidos solo aprende y que de su intelecto es lo  condigno" Dante, Paradiso, IV, 40-42 

ante, que en algunos tercetos del Paraíso trazó una maravillosa descripción de las jerarquías angélicas de la corte celeste, podría guiar nuestroacercamientoaesosmisteriosos y fascinantes personajes y ayudarnos a considerarlos como imágenes de verdades que están más allá del alcance de nuestra inteligencia.

"Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines y una espada encendida que se revolvía a todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida." (Génesis, 3, 24).  

Así aparece por primera vez el ángel en la Sagrada Escritura: soldado de Dios, encargado de impedir que Adán retorne al Paraíso del que ha sido expulsado . El Antiguo Testamento no desarrolla esta primera evocación hasta hacer un sistema coherente de angelología, los ángeles surgen a lo largo del Génesis y de los textos históricos, poéticos y proféticos. De tales apariciones, múltiples y casi siempre fulgurantes, sólo se desprenden informaciones sobre sus misiones, sus formas y, algunas veces, sus nombres. Lo primero que se deduce es un nombre genérico, "malak", el enviado, traducido en la versión griega por "aggelos", de donde proviene "ángel".  

Embajadores del Señor, los ángeles manifiestan su voluntad a los hombres y les transmiten sus mensajes. El ángel da las ordenes de Dios a Agar cerca del pozo (Génesis, 15,7), interrumpe el sacrificio de Isaac (Génesis, 22, 11), instruye a Jacob en su sueño (Génesis, 31, I I ), transmite a Moisés la revelación de la zarza ardiente (Éxodo, 3,2), conduce el pueblo hacia la Tierra Prometida (Éxodo, 14, 19). Algunas veces intervienen en grupo como cuando se presentan a Lot (Génesis, 19, 15), o sobre la escala de Beth-el que Jacob ve en sueños (Génesis, 28, 12).  

La tradición lírica de los Salmos, además de presentar a los ángeles como agentes de transmisión y de ejecución de las voluntades divinas, les atribuye una nueva función, casi litúrgica: la de adorar a Dios  permanentemente, como si formasen alrededor del Señor una corte capaz de convertirse en un consejo: "Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles poderosos en fortaleza, que ejecutáis su palabra, obedeciendo a la voz de su precepto." (Salmos, 103, 20).  

"He aquí tres varones que estaban junta a él (Génesis, 18, 2): esos varones son los ángeles que se presentan ante Abraham antes de la destrucción de Sodoma. Así, desde el comienzo del relato bíblico, encontramos cierta ambigüedad terminológica: algunas veces, el ángel es denominado, simplemente, el hombre. El término resuelve, por lo menos en parte, el problema de la forma bajo la cual el mensajero celeste se presenta ante los hombres: tiene la apariencia de un hombre "terrible" (Jueces, 13, 6), pero también muy hermoso (Samuel, 29, 9), y capaz de despertar la codicia de los Sodomitas (Génesis, 19, 5). Tiene una afinidad con el fuego: aparece en la llama de la zarza ardiente (Éxodo, 3, 2) y se eleva en el humo de los sacrificios (Jueces, 13, 20).  

Pero la imagen de los ángeles sólo se precisa con los libros históricos y proféticos. Si el relato del Génesis introduce el término ''querubín'', es en el primer libro de los Reyes cuando se mencionan sus alas (1, Reyes, 8, 6). El profeta Ezequiel los muestra cerca del trono de Dios, cada uno con cuatro alas, en un ambiente fabuloso: "Cuanto a la semejanza de los animales, su parecer era como de carbones de fuego encendidos, como parecer de hachones encendidos: discurría entre los animales; y el fuego resplandecía, y del fuego salían relámpagos". (Ezequiel 1, 13)  

El texto de Isaías (Isaías, 6, 1-3) habla de serafines con seis alas: "con dos cubrían sus rostros, y con dos cubrían sus pies, y con dos volaban".  

Esos pasajes precisan la nomenclatura y la apariencia fantástica de los ángeles pero muestran también un fenómeno muy importante, la influencia de las creencias y de las representaciones babilonias. Se ha relacionado el término querubín con el "karub" babilonio y el "gribh" que origina "grifón" y que hace pensar en los toros alados de los palacios de Nínive.  

Asistimos así a una evolución de la angelología hebraica al retorno del Exilio. La cautividad de Babilonia puso al judaísmo en contacto directo con otra civilización, con su religión, sus dioses, sus imágenes, dando así un nuevo impulso al encuentro de los ángeles en los textos proféticos y, sobre todo, en los apócrifos, que comenzaban a multiplicarse. El papel de los ángeles se diversifica. Seres de luz, encargados de la liturgia celeste ( posiblemente bajo la influencia del fasto babilonio), ya guardianes del Arca de la Alianza (Éxodo, 25, 18-20), adornan al Santo de los santos del templo de Salomón (I, Reyes, 7, 29 y 36). Se convierten también en delegados de la soberanía de Dios en el mundo, sin duda par la influencia de las creencias astrales comunes en el Oriente persa y babilonio, presiden el movimiento de los planetas y las manifestaciones atmosféricas como la lluvia, la tempestad, el granizo (Libro de Enoq, apócrifo del siglo II antes de la era cristiana); pero, gobiernan también el destino de las naciones y vigilan la conducta de los hombres, de la que mantienen informado a Dios.  

 Otro aspecto de esta evolución es la aparición de ángeles que se distinguen por el nombre que reciben. Rafael es la primera personalidad que se desprende de las legiones angélicas, en el Libro de Tobías (que no se considera siempre canónico). Allí toma la forma de un desconocido que acompaña al joven Tobías durante un viaje que debe realizar, par razones familiares. hasta la lejana Media; a su regreso, cura de su ceguera al padre de Tobías. Por primera vez un ángel, con nombre propio, juega un papel de protector y de médico junta a simples mortales. Se trata, sin duda, de la prefiguración del "ángel guardián", y el punto de partida de una tradición que alcanzará su mayor auge durante el siglo XVII. El libro del profeta Daniel presenta otras dos individualidades angélicas, la de Gabriel, mensajero de Dios e intérprete de las misiones del profeta (Daniel 8, 16 y 9, 21 ) y la de Miguel, el arcángel guerrero que combate a los enemigos de Israel (Daniel, 10, 13 y 21).  

Poco antes de la era cristiana, la literatura rabínica brinda los primeros intentos de definición de la naturaleza de los ángeles: son "espíritus", es decir, criaturas que escapan a las obligaciones de la condición carnal: nutrirse y engendrar. En principio inmortales, poseen un saber muy superior al de los hombres, sin conocer todos los secretos de Dios. Su número resulta inconmensurable. El libro de Daniel habla de mil millares de ángeles al servicio del Juez Eterno (Daniel, 7,10).  

La angelología del Nuevo Testamento no resulta más coherente que la del Antiguo. Los evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las epístolas, enriquecen y varían los papeles y las denominaciones de los ángeles. Fundamentalmente, siguen siendo enviados divinos que transmiten el mensaje de la voluntad divina y, por esta razón, se ponen algunas veces al servicio de los hombres. Su papel se manifiesta sobre todo en los relates de la infancia de Cristo. El arcángel Gabriel anuncia a Zacarías y a María los nacimientos próximos (Lucas, 1, 19 y 26). El "ángel del Señor" se dirige a los pastores en la noche de la Navidad  (Lucas, 2, 9), y revela a José las instrucciones de Dios (Mateo, I, 20 y 2, 13 y 19). Es corte de ángeles que alaba al Señor en la noche de Belén (Lucas, 2, 13). Los ángeles intervienen también en los relatos de la resurrección. Se encuentran al lado de la sepultura vacía en la mañana de Pascua  (Mateo, 28, 2; Marcos, 16, 5; Lucas, 24, 4; Juan 20, 12). Anuncian la resurrección a las mujeres (Mateo, 28, 5; Marcos, 16, 6; Lucas, 24, 5-7). Explican a los discípulos lo que sucederá después de la ascensión.  

Pero los ángeles no están presentes en Los diversos episodios del ministerio público de Jesús. Al principio vienen para servir a Cristo después de la tentación (Mateo, 4, 1 I y Marcos, I, 13); al final, un ángel viene a reconfortarlo en el monte de los Olivos (Lucas, 22, 43). Los ángeles no participan ni en la prédica ni en los milagros de Cristo, como si los Evangelios quisieran subrayar mejor su papel único y transcendental. Se mantienen en su oficio de servidores. Cristo habla de ellos en términos que evocan sus relaciones con los hombres, por ejemplo cuando declare que les alegra el arrepentimiento del pecador (Lucas, 15, 10). Y existe ese misterioso pasaje sobre los ángeles "de estos pequeños que ven continuamente el rostro del Padre" (Mateo, 18, 10); es posible que no se trate de niños en el sentido literal sino de una alusión a los seres cándidos. Pero, cualquiera que sea su interpretación, ese versículo (que sólo aparece en Mateo) hace pensar en otra prefiguración del ángel guardián de cada fiel.  

Seres espirituales, desprovistos de cuerpo camal, pero tomando forma humana en sus apariciones, resplandecientes de luz, como relámpagos (el ángel de Pascua, Mateo, 28, 3), en los Hechos de los Apóstoles, los ángeles conservan su papel con relación a los hombres.  

De la lectura de las epistolas de San Pablo se deduce tanto una aclaración como una complicación. Aclaración teológica: aunque se mencionan los ángeles en la confesión del misterio de la fe en Cristo (El es el que ha sido "visto por los ángeles", 1, Timoteo, 3, 16), Pablo afirma claramente que Cristo es absolutamente superior a los ángeles (Hebreos, 1, 1-14 y 2, 1-5) a los que no hay que rendir culto (Colosenses, 2, 18). Pablo señala, de manera definitiva, la diferencia fundamental entre la naturaleza de Cristo y la de los ángeles; esta afirmación es la fuente de todo el desarrollo ulterior del pensamiento teológico sobre la naturaleza de los ángeles y su lugar en el orden de la creación. La trascendencia del Hijo no sufre ningún compromiso.  

Pero Pablo introduce, igualmente, una complicación que dará lugar a un considerable enriquecimiento de la angelología. Menciona, sin precisar el papel, nuevas categorías entre los miembros de la corte celestial y les atribuye nombres abstractos como "virtudes" (Romanos, 87 38; Efesios 1, 21), "potencias" (Efesios, 1, 21; Colosenses, 1, 16); "principados" (Efesios, 1, 21 y 3, 10) "potestades" (Efesios, 1, 21 y Colosenses, 1, 16) y "tronos" (Colosenses, 1, 16). Pedro habla de los "ángeles, potestades y virtudes que están sometidos a Jesucristo, al cielo (Primera Epístola, 3, 22). Podemos interrogarnos sobre los rasgos distintivos de estos nuevos habitantes de los cielos y sobre el origen de su denominación. Basándonos en una frase de Pablo, "el Señor Jesús se manifestará con los ángeles de su potencia" (II, Tesalonicenses, 1, 7-8), podríamos pensar en una expresión abreviada sobre la relación de dichos seres con los "dominios", los "principados" y los "tronos de Dios.  

Cualquiera que sea la interpretación dada a esos pasajes, Pablo insiste en la soberanía de Cristo, "todas las cosas han sido creadas en él, por él, para él " (Colosenses, 1, 16-17). El punto fundamental es la unidad y la exclusividad del culto rendido a Cristo (Colosenses, 2, I X). Vista así, la epístola de los Colosenses aparece como una aclaración y una amenaza.  

Sin duda Pablo estaba consciente de que el extraordinario fermento espiritual del Oriente grecorromano del siglo I constituía una amenaza para la integridad de la doctrina que él había admirablemente desprendido de la tradición judaica. Es posible que bajo la influencia de su cultura judeo-griega, él mismo hubiese sido un tanto contaminado por el ambiente en el que se había formado. Es necesario imaginar aquel hervidero de cultos y de creencias, en la confluencia de las religiones orientales de Persia y de Siria, de Los restos del Olimpo, de los comentarios e interpretaciones de las doctrines filosóficas grecorromanas, del judaísmo, con sus libros santos y sus apócrifos... Generalmente límpidas, las cartas de Pablo pudieron también sufrir la influencia de las ideas que surgían de esa abundancia intelectual y espiritual y, por esta razón, como una  manifestación de la compleja cosmología que se perfilaba entre Atenas, Antioquía y Alejandría, los ángeles, metamorfosearse en trono, dominio y potestad.  

El encuentro de dos fuertes corrientes tendía a crear una zona de turbulencias favorable a todas las proliferaciones y desviaciones en la especulación sobre los ángeles, su lugar en la economía de la creación y el culto que les podía ser rendido. Por una parte. las creencias religiosas, especialmente en Siria, situaban cerca y alrededor de un Dios inaccesible una legión de intermediarios encargados de hacer funcionar el cosmos y comunicar con los hombres. Por otra parte, la herencia de la filosofía platónica, interpretada, deformada, revitalizada por Plotino y su escuela, enseñaba, a través de múltiples y sutiles variantes, que el mundo ha surgido del Uno, inefable e indivisible, inaccesible e invisible, a través de una procesión descendiente, una serie de Epifanías que, desde el Principio Primero hasta el alma del hombre encerrada en la materia, participan los unos de los otros a partir del Logos, el verbo creador, emanado del Principio Supremo.  

En cada una de esas corrientes, los ángeles ocupan el lugar de mediadores y nexos, entre lo singular y lo múltiple, la luz y las tinieblas, el espíritu puro y la materia, a lo largo de los escalafones de esta jerarquía invisible, pero omnipresente, que asegura la unidad, el movimiento y el destino del mundo, y que se fundamenta en el principio de la participación.

 
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