Angeles y Arcángeles
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  Donceles y Soldados
   
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EL ANGEL DESDE EL GENESIS HASTA BOSSUET  (4/4) 
 

Difícil ser más preciso y apremiante que Bossuet, en la representación, en el sentido pleno del  término, del papel de los ángeles en la comunicación permanente que, según el orden de una  creación marcada por el pecado y la Redención, se estableció entre la esfera de lo divino y el  mundo de las Luces. Mensajeros de Dios ante los hombres y de los hombres ante Dios, los  ángeles no son únicamente intermediarios pasivos puesto que ayudan en la búsqueda de la verdad  y rechazan a quienes se alejan de ella. Más allá del abismo que separa lo infinito de lo finito, la luz  de las tinieblas y el reino de la gracia del pecado, el ángel es un revelador de la unidad de la  creación. Desde el ángel del Génesis que protege la puerta del paraíso perdido hasta el ángel  guardián de Bossuet, que se propone mostrarnos el camino del paraíso prometido, el ciclo que  reúne las especulaciones de los teólogos, los místicos y los poetas, se ha cerrado.

Los ángeles  no dejan de participar en las penas y en las alegrías, en las revueltas y en los combates justos de  los hombres. 
Angel liberador de San Pedro (Hechos de los Apóstoles, 12, 7-10) / Angeles combatiendo al lado  de los Cruzados / Angeles familiares de Bossuet, que "por miedo de ser ingratos hacia el creador,  benefician a sus criaturas" / Angeles cercanos de los que el fiel escucha la voz consoladora o  amenazadora, siente la presencia por el leve roce de las alas, descubre las huellas inmateriales en  su camino. 

Pero, ¿quien los mostrará a la mirada del hombre ? Ningún texto, sin lugar a dudas, los ha  descrito tan bien como la Sagrada Escritura cuando habla del Hombre, de su belleza y resplandor.  Pero ¿de qué armonía de las formas y de las líneas esta belleza es la medida y el principio? ¿Qué  colores hace vibrar la inmarcesible luz? .Los textos de los teólogos no son tratados para artistas... 

Lo que queda definitivamente adquirido en los antecedentes escriturarios, es el antropomorfismo  fundamental de las apariciones angélicas, dejando de lado la descripción, en los libros históricos y  proféticos, de los seres extraños que custodian al Santo de los Santos en el Templo de Jerusalén  y que sólo tienen de humano la faz que emerge de un torbellino de alas, mientras que la capa que  evoca su cuerpo se caracteriza por la dominante roja para los serafines y azul para los  querubines, a menos que se confunda con las formas que sugieren sucesivamente al hombre, al  águila, al buey y al león, que anuncian los símbolos de los cuatro evangelistas, descritos sin ser  nombrados, en el relato de la visión de Juan (Apocalipsis, 4, 7). 

Entonces, el ángel es, ante todo, el hombre. Hombre resplandeciente, hombre de luz: "Y me volví  a ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto vi (...) uno semejante al Hijo del hombre, vestido con  una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por los pechos con una cinta de oro. Y su cabeza y  sus cabellos eran blancos como la lana blanca, como la nieve; y sus ojos como llama de fuego. Y  sus pies, semejantes al latón fino, ardientes como en un horno; y su voz como ruido de muchas  aguas. . Dios es luz y su mensajero es ante todo, bajo su apariencia humana, emanación y reflejo  de su luz. Todo el prólogo del Cuarto Evangelio  (Juan, 1, 4-13) celebra esta identidad de Dios, del Logos y de la Luz, de la que el ángel es una de las manifestaciones cuando se revela a los hombres. 

Pero este hombre, cuya belleza es una expresión de la grandeza de Dios, puede también ser epifanía del temible poder del Dios justiciero y vengador: "Y estando Josué cerca de Jericó, alzó sus ojos, y vía un varón que estaba delante de él, el cual tenía una espada desnuda en la mano. Y Josue yéndose hacia él, le dijo: Eres de los nuestros o eres de nuestros enemigos? Y él respondió: No; más príncipe del ejército de Jehová, ahora he venido. (Josué, 5, 13-14). Este ángel guerrero aparece mencionado en el libro profético de Daniel: es Miguel, que lucha contra el rey de los Persas (Daniel, 10, 13 y 21 ) y reaparece al final de los tiempos justo antes del juicio, "Miguel, el gran príncipe que está por los hijos de tu pueblo...", (Daniel, 12, 1). 

Simple humano o guerrero, en la figuración del ángel prima el antropocentrismo. Síntoma de esto es el apoyo con toda la autoridad de su cultura escrituraria, filosófica y gnóstica de Dionisio Areopagita a la opción en favor del "hombre", justificándola con una serie de afirmaciones triunfales : se escoge al hombre "porque el hombre posee la inteligencia, porque es capaz de mirar hacia lo alto, porque se mantiene firme y derecho, porque su naturaleza es la de un príncipe y un jefe, porque si bien es cierto que en el plano sensible algunos animales privados de razón tienen más poder que él, es él quien los dominó por la fuerza de su poder intelectual, por la soberanía de su saber racional, par el carácter naturalmente libre e independiente de su alma" . 

Cada porción del cuerpo del hombre es fuente de imágenes que se aplican perfectamente a aquellos ángeles que Dionisio Areopagita llama "potencias celestes . Así, las alas, colocadas "a los pies de las santas inteligencias", "..., porque las alas significan una rápida ascensión espiritual. elevación celeste, progresión hacia lo alto, ascensión que libera el alma de toda ignominia. La ligereza de las alas simboliza la ausencia de toda atracción terrestre, impulso total y puro, exento de toda gravedad, hacia las cimas ". 

Tal simbolismo abarca el vestuario: "el traje luminoso e incandescente significa la forma divina; según el simbolismo del fuego, este poder de iluminación que les viene (las potencias celestes) de la estadía celestial, que les fue asignada y que es el lugar mismo de la luz. Significa también el carácter totalmente inteligible de su iluminación y totalmente intelectual de su visión". 

Dionisio Areopagita precede de igual manera con lo que podríamos llamar el entorno de la aparición angélica", por ejemplo las nubes que significan que "las santas inteligencias contienen, de un modo que no es de este mundo, la plenitud de la luz secreta". Y así sucesivamente. La evidencia de ese sentimiento antropomórfico es tan fuerte que la gran mayoría de las representaciones de ángeles en el arte paleocristiano, ya sea en sarcófagos, placas da marfil o mosaicos, se reducen a la figura del hombre el ángel es "el hombre de Dios". Pero a partir del siglo IV, se impone definitivamente la imagen del hombre alado, de la que encontramos ejemplos anteriores, bajo la influencia de la doble contaminación  del arte antiguo: la de los genios alados que hacían también las veces de mensajeros de los dioses del Olimpo y la de Las Victorias, ellas también aladas, que constituían un tema decorativo muy frecuente desde el periodo helenístico. 

Apariciones aladas tomando forma humana. Evocando la juventud, esa edad que puede dar la mejor idea de la belleza que no es otra cosa que el reflejo de la perfección. Yendo más allá de las "particularidades" de lo masculino y lo femenino, puesto que el ángel está por sobre el orden de la generación los ángeles podrán revestir, según las épocas y los lugares, prendas y atributos que sugieran con mayor evidencia, en el marco de una cultura dada, la idea de lo divino. En Bizancio, la aparición jerárquica de los ángeles evoca a los altos dignatarios de la corte imperial concebida, ella misma, como una encarnación de la corte celestial. En las catedrales góticas los ángeles, con su sonrisa espiritual se acercan a la humanidad como portadores de consuelo, perdón y esperanza. En el Renacimiento las formas extremadamente elegantes de los ángeles reconcilian el recuerdo de la belleza antigua y la promesa de la redención . Angeles, armados y acorazados que sostienen el combate justo o, bajo el nombre de Miguel, representan al vencedor en el Monte Gargano y triunfan sobre el demonio como caballero impávido. El ángel se encuentra tan abandonado a la voluntad del artista y a su imaginación, como a las exigencias de la jerarquía eclesiástica que lo recluta en la milicia movilizada al servicio de sus santas causas. 

Ningún tratado ha buscado servir de referencia notarial para prescribir a los artistas líneas y colores capaces de capturar lo invisible y lo incomprensible del ángel. Para defender tales imágenes, en el momento más agudo de la crisis de la Reforma, Conrad Braun, en 1545, se limita a dar referencias escriturarias que pueden justificar las modalidades de la aparición angelical el fuego, las alas, las piedras preciosas, los vientos y las nubes.  Dionisio Areopagita ya había dicho lo esencial sobre el tema. Podemos lamentar que el Cardenal Paleotti no haya publicado nunca el tomo en el que debía hablar de los ángeles, en su gran tratado sobre les imágenes para poner en aplicación las consignas del concilio de Trento . De dicho tratado sólo se conoce la publicación de un solo volumen en Bolonia, en 1582. Finalmente, las únicas indicaciones concretas se encuentran en el gran Trattato, destinado a los pintores, que Gian Paolo Lomazzo publicó en Milán en 1586 y que constituye la exposición más completa del sistema del arte del pensamiento italiano de la segunda mitad del siglo XVI. En la parte dedicada al color, Lomazzo se detiene en las relaciones entre las piedras preciosas y las jerarquías angélicas que retoma literalmente de los textos de Dionisio Areopagita. 

Presentándose como sucesor de los autores lapidarios de la baja Antigüedad y del Medioevo, Lomazzo considera que las piedras preciosas, "por sus colores, transparencia y perfección", son atributos de los "verdes" angélicos. El zafiro corresponde a los serafines, puesto que reconforta el corazón y purifica al hombre; la esmeralda a los querubines ya que representa la castidad, y los rubíes a los tronos ya que es firme como un trono y resplandece en las tinieblas. El berilo es el atributo de los dominios ya que protege contra los enemigos. la calcedonia, de las potestades, porque aleja las nostalgias y el crisólito, de las virtudes, porque confiere la Sabiduría. El jaspe hace referencia a los principados puesto que fortalece al hombre y lo protege de las trampas del mal. el topacio a los arcángeles. porque calma las agitaciones y la sardónica, a los Angeles, porque agudiza el espíritu e invita a la alegría. Estas son las correspondencias que los artistas deben respetar en la representación de la indumentaria de los ángeles. 

Lomazzo es menos preciso en cuanto a la representación de los ángeles mismos. Apoyándose en la literatura y la patristica, define al ángel como una substancia intelectual, incorpórea, libre, inmortal por gracia (y no por naturaleza), siempre en movimiento, al servicio de Dios. Y conforme a Dionisio Areopagita, recuerda que el ángel es "imagen de Dios, manifestación de la luz escondida, espejo puro, maravilloso e inmaculado". En cuanto a las jerarquías, se distinguen por sus relaciones con los cuatro elementos y por sus funciones específicas. 

Los serafines, cuyo elemento en el Fuego, símbolo de amor radiante, se representan "resplandecientes, rodeados de rayos como soles y con seis alas, como el que se presentó ante San Francisco llevando a Cristo crucificado". 

Los querubines están ligados a la Tierra, símbolo de su "propia estabilidad y de la inmutabilidad de sus esencia". Están generalmente representados, escribe Lomazzo, con rostro de niño, imagen de la pureza del alma y con ocho alas que garantizan su equilibrio. Pero reconoce que los pintores se han tomado libertades y que los representan como quieren, pero sobre todo como jovencitos de cuerpo entero de los que se pueden ver hasta las manos y los pies. 

El elemento de los tronos es el agua, signo de clemencia, equidad y piedad. No deben parecer más masculinos ni más femeninos. para mostrar que la justicia debe impartirse sin ninguna pasión. Pueden representarse como los griegos representaban a Minerva o a la Justicia, con armas, signo de virilidad y trajes vaporosos, signo de feminidad. 

Los dominios tienen como elemento el aire, "que es la sutileza y el espíritu penetrante". Se los debe representar "bellos, agradables, majestuosos, con trajes amplios, una diadema o una corona, un cetro en la mano, los miembros bien proporcionados"... La mano derecha bien visible, signo de mando. 

Las potestades deben ser mostradas con "cierta severidad... con proporciones que tiendan más hacia la virilidad que hacia la feminidad"; puede agregárseles armas y también palmas, símbolos de las victorias que obtienen sobre las fuerzas del mal. 

Las virtudes deben estar revestidas con trajes que representen la "cima de la belleza" y que estén en armonía con su rostro y sus miembros para brindar gran alegría a la mirada. 

Los principados, que están afectados a los asuntos públicos y a los diversos pueblos de la tierra serán representados en función de los caracteres que distinguen a los pueblos de los que estén encargados. 

 Los arcángeles, mensajeros de Dios, portadores de las oraciones de los hombres, deben llevar signos relacionados con el tipo de mensaje del que estén encargados: la flor de lis de la pureza para el arcángel de la Anunciación; olivo de la paz para  los del anuncio a los pastores. Sus trajes deben ser cortos para dejarles total libertad de movimiento. 

Los ángeles, "custodi e professori dell'umana generazione", deben ser representados con más simplicidad, en actitudes que expresen la devoción, con instrumentos musicales para acompañar los himnos que cantan al Señor. Pero es necesario recordar que un tambor no convendría a su humildad!... 

Tales son las recomendaciones que el visionario ciego de Milán legaba a los artistas, las únicas que se encuentran, en mi conocimiento, en la literatura artística italiana. Tales recomendaciones sólo pueden compararse con los consejos dados por el más ilustre de los teóricos españoles del Siglo de Oro, Francisco Pacheco , quien a veces se ve reducido simplemente a la condición de maestro y suegro de Velázquez, cuando en realidad se trata de uno de los honorables pintores de la escuela de Sevilla y escritor culto. En un capitulo de su tratado32, brinda lo que él llamó "Anotaciones importantes para algunas historias sagradas y a propósito de la verdad y la exactitud con las que deben ser pintadas, en conformidad con la divina escritura y los santos doctores", anotaciones basadas en la autoridad que le confería el cargo de inspector de pinturas que le había confiado la Inquisición. Las instrucciones con respecto a los ángeles son relativamente precisas: "Imágenes fieles de su Creador ", Los ángeles deben tener el rostro y el aspecto de un hombre, "y no el de una mujer": dar a un ángel el rostro y la silueta de una mujer "es cosa indecente, cuando se trata de espíritus angélicos, sustancias de orden espiritual y valientes ". Ha de representárselos "jóvenes", para mostrar "la fuerza y el aliento vital"; "bellos", puesto que un rostro resplandeciente es un "signo exterior de la belleza de su alma . 

Pacheco agrega que la apariencia dada a los ángeles puede corresponder a los ministerios que ejercen: "Suele suceder que los ángeles tomen el atuendo de capitán, soldado en armas, viajero peregrino, guía o pastor, guardián y ejecutor de la justicia divina, embajador o mensajero portador de buenas nuevas, consolador, músico sirviéndose de los instrumentos de modo conveniente". Y cita las intervenciones de Miguel, mencionadas en la Escritura. En tal caso los ángeles "deben estar revestidos con armas y corazas romanas ". 

El color blanco corresponde a su inocencia y pureza; llevan sobre la túnica "el cinturón mantenido por lujosas hebillas sembradas de piedras preciosas, signos de su prontitud para servir al Señor e indicio de su castidad ". 

Los "colores variados, como los de la naturaleza " están particularmente reservados a sus "magnificas alas" cuya función es "hacer entender el carácter aéreo, la agilidad y la velocidad de la que están dotados, como bajan del cielo, libres de todo peso corporal con el espíritu siempre fijo en Dios, entre las nubes, porque el   cielo es su morada y, en fin, que nos comuniquen suavemente la inaccesible luz de la que gozan" 

Lomazzo y Pacheco nos remiten a esos signos sensibles de los que hablaba Dante y que el espíritu del hombre necesita para recibir una parte de revelación Toda la historia del ángel muestra que más allá de las tentaciones híbridas de Oriente, este signo con forma humana' se presta a la habilidad de la mano, a la visión espiritual, a la sensibilidad y la entonación de toda "l'mana generazione" de los textos italianos. Entonces, los ángeles de Reims, de Florencia ni de Sevilla, nunca podrán extrañarse de los atuendos y las armas, de los arcabuces y los penachos de esos ángeles que vinieron a poblar las cimas de los Andes, puesto que todos anuncian esa sabiduría que Dionisio Areopagita nos recuerda que es todo al mismo tiempo, una y múltiple. 

 AUTOR  

 ÉDOUARD POMMIER

 
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